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  • Day 513

    Flash flood

    August 15, 2021 in Panama ⋅ 🌧 26 °C

    Cuando un letrero dice que hay que tener cuidado porque el río crece repentinamente, quiere decir que el río crece... repentinamente. Y no hay tiempo para escapar.

    Era domingo por la tarde y estaba nublado. Una familia grande estaba cantando a capella canciones románticas, salpicadas de alcohol y de agua del río. Otro grupo de gente joven bailaba por allá, cerca de su carro. Un matrimonio y un amigo que habían venido de la ciudad en moto se tiraban desde la parte alta del cañón y se dejaban arrastrar por la corriente. Salían y repetían.

    Empezó a llover, como casi todas las tardes en esta región. La lluvia fue ganando en intensidad hasta convertirse en aguacero tropical en toda regla. Los cantantes recogieron sus niños y sus botellas y se fueron. Los bailadores seguían en lo suyo, a unos metros de la orilla. El trío de la ciudad puso sus pertenencias lo más alejadas posibles del agua. Nosotros seguíamos allí, refrescando pero atentos a cualquier síntoma de cambio en las condiciones.

    Ya llevaba un rato lloviendo cuando salimos porque “enough is enough” y no hay que tentar a la suerte. Desde arriba vimos que la corriente arrastraba hojas. Les advertimos a los muchachos que eso era el primer signo de que la crecida era inminente. Fueron a sentarse en la otra orilla, a pesar de que les dijimos que podrían quedar aislados allí si la cosa se ponía fea. En eso llegaba un grupo de muchachones que nos parecieron locales a meterse al agua.

    Caminamos sobre las rocas, en el sentido contrario a la corriente, durante unos treinta o cuarenta segundos. Ya se apreciaba un ligero cambio de color en el agua, el segundo signo de lo que se venía. Miramos hacia lo lejos, de donde viene el río, y la vimos venir: una enorme “cabeza de agua”, carmelita y con espuma. Empezamos a gritar como locos a los que permanecían en el río. Los muchachones salieron enseguida. Los otros tres, se encaramaron en las piedras de la otra orilla. No les quedó más remedio que saltar por la parte más estrecha del cañón. Primero saltó la mujer. No le dio bien el impulso y cayó sobre las piernas, los pies en el vacío. Luego saltó el esposo, que también se cayó, pero más adentro. Al tercero no le dio tiempo, el agua ya había ganado mucho terreno. Subió y se internó en el bosque.

    Salimos corriendo hacia la zona más alta para ponernos a resguardo. En cuestión de minutos el agua cubrió todo y arrastró a su paso las pertenencias olvidadas, entre ellas, las llaves del carro de lo últimos muchachos que habían llegado, que no eran locales sino que habían manejado cuatro horas para llegar aquí.

    La lluvia arreció. La pareja preocupada por la suerte de su amigo encendió sus motos y salieron a tratar de rescatarlo. Apenas cien metros más alante, encontraron la carretera interrumpida por una corriente de agua. Se aventuraron, pero una de las motos se ahogó y tuvieron que regresar. Los otros jovenes, mientras tanto, evaluaban la mejor manera de romper uno de los vidrios del carro porque, afortunadamente, tenían otra llave dentro.

    Después de cuatro horas, los motoristas lograron arrancar la moto ahogada y los otros lograron forzar una puerta y coger la llave de repuesto. Ya era noche cerrada cuando todos nos fuimos, empapados y cansados, convencidos de que la crecida repentina no avisa.

    No conservamos una sola imagen de esta experiencia, pero ha quedado impregnada en nuestras memorias para siempre. Estas fotos fueron tomadas al día siguiente cuando la crecida fue mucho menos y más paulatina. Aquí no se aprecia la violencia con la que el agua al inicio chocaba contra las rocas a la entrada al cañón, cuando borboteaba como lava dentro de él ya casi lleno, ni cuando se inundó todo todo de la manera más brava que se pueda uno imaginar.
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