Palud

De regreso al coche, y dejando atrás lo que para mí ha sido la Cotlliure bretona 🥰, un escaparate grita mi nombre. Quien me conoce sabe lo mucho que me gusta tiendear aunque para mi camarada y camaradita de viaje sea un tremendo fastidio. Creo que es la boutique más especial y bonita de todo Roscoff (L'Atelier Ferrer) y chafardeo (del verbo chafardear) cada uno de sus rinconcitos. Una mujer mayor muy amable (flipo un poco) se dirige a mí para ayudarme y de repente me doy cuenta de que la entiendo a la perfección: -hola, puedo ayudarte?- me pregunta. Creo que mi cara de asombro le hace gracia. Resulta que su marido es murciano por lo que su etiqueta de 100% made in France caducó hace muchos, muchos años... y se nota!
Pues sí, mira, necesito que me ayudes! A parte de darme una talla 4 de ese vestidito tan bonito (tengo un regalo pendiente) me gustaría que me recomendaras un sitio al que no pudiéramos dejar de ir...
Y así, con un merci beacoup a la catalana nos fuimos destino al Pointe de Perharidy (o la Tahití bretona, como aquí la llaman). Y bueno, todavía no he tenido la inmesa suerte de visitar la Polinesia francesa y aunque creo que la comparación es demasiado atrevida para los bretones, sin duda podría ser la envidia de cualesquiera otras islas en las que sí he estado. Las aguas cristalinas y turquesas, la arena de harina blanca, la calidez del mar a la par del frío viento, las conchitas por doquier con las que la Mia ha hecho colección y las maravillosas vistas a Roscoff la sitúan, junto a esta última, en mis prefes del viaje 🐚Read more