Hoy decidimos tomarnos el día con calma y dejar la visita al lado brasileño de las cataratas para mañana. La decisión fue fácil: Ramón, nuestro taxista de confianza, nos ofreció guardar las maletas en su oficina, ya que la chica del Airbnb no permitía dejarlas después del check-out. Solucionado.
La mañana comenzó con un susto. Lucía dormía plácidamente a las 8:30 cuando Luis se despertó sobresaltado al escuchar el ruido de una escoba. Pensó que alguien estaba dentro de casa. Se levantó como un ninja, bajó las escaleras a toda velocidad y se preparó para enfrentarse a un ladrón imaginario… que nunca existió. Simplemente estaban limpiando la calle. Buenas mañanas.
Después, piscina de chill total. Sol, agua, charlas… hasta que decidimos que nos faltaba embutido para el desayuno. Fuimos al súper y Lucía lo gestionó como una experta: conoce a Luis y sabe que, si lo sueltas en un supermercado con hambre, sale con medio pasillo bajo el brazo. Así que, con maniobras suaves pero firmes, lo llevó por el buen camino. Compra justa, sin excesos.
Desayunamos, volvimos a la piscina y leímos juntos un rato “Parejas Mejores”, un libro que nos está encantando y que leemos a dúo, debatiendo capítulo a capítulo. Fue un momento precioso, hablando de la vida bajo el sol.
Eso sí, Lucía amaneció con unas picaduras de mosquito tremendas. Pese al repelente, los bichos hoy decidieron ir por ella. Luis, normalmente el objetivo en Galicia, salió casi ileso. Fuimos a la farmacia, pero la crema que nos dieron apenas alivió.
Para comer hicimos pasta con atún y salsa de tomate, descansamos un poco y por la tarde bajamos al centro de Puerto Iguazú. Compramos algunos alfajores para llevar a casa (casi nos llevamos 16 de golpe) hasta que una señora del súper nos susurró:
“Mi jefe no me deja decir esto, pero esos están cerca de la fecha de vencimiento...”
Gracias, señora. Usted es pueblo.
Pasamos por el mismo puestito de daiquiris de la plaza donde ya nos conocían. Repetimos ronda. No quedamos ni con Yann (que ya volaba) ni con Vanessa (que, sinceramente, nos daba pereza).
Antes de volver a casa, paramos en La Misionerita, un bar que nos recomendó Yann, para pedir bocatas para mañana. Mientras esperábamos, nos tomamos una cervecita. Nos la sirvieron con un enfriador en forma de camiseta de Messi, lo cual nos pareció lo más.
Fue un día de conexión absoluta. Muchas charlas, risas, organización, planes, baños de sol, cocina compartida. Un día de pareja que fluye. Reflexionamos sobre lo bien que estamos funcionando en el viaje, pese a que Luis es pura energía y Lucía ama dormir. Días como hoy lo equilibran todo.
Eso sí, Luis no deja a Lucía tocar a los perros callejeros ni comer en puestos ambulantes, por miedo a que le dé una diarrea monumental. Lucía lo intenta, pero no hay manera.
Volvimos a casa, y cenamos lo que había sobrado de mediodía en la terraza con una cervecita. Fue una cena sencilla pero preciosa.
Y entonces sucedió: Luis hizo caca. Pero no fue cualquier caca. Fue una caca legendaria. El tipo de caca que trasciende plantas. El hedor subió hasta el piso de arriba, donde Lucía tuvo que contener la náusea con toda la fuerza de voluntad posible. Las ganas de vomitar eran reales, el asco monumental. Luis, por su parte, muy orgulloso.
Y con este particular olor, nos vamos a dormir, mañana toca el lado brasileño de las cataratas y la vuelta a Buenos Aires.Read more
Traveler Tellement beau 🤩
Traveler Quelles belles chutes pour une fin de voyage 😊
Magnifique ! Barbara [Barbara]