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  • Day 74

    Período en Água-Izé

    October 3, 2022 ⋅ 🌧 26 °C

    Durante la primera etapa de nuestra misión en São Tomé, nos alojamos en la casa que MaS tiene alquilada en la capital, y nos desplazamos todos los días una media hora en coche para trabajar en el distrito de Cantagalo, en el centro de salud de Água-Izé.

    El trabajo se divide entre días de rastreos en escuelas, donde damos charlas de salud oral a los niños de entre 6 y 9 años, les hacemos un chequeo de la boca para ver si necesitan tratamiento y les damos cepillos y pastas de dientes. Dependiendo de lo grande que sea la escuela, hay días que vemos 250-300 niños, o tal vez solo unos 80-100. Los niños se ponen muy monos cuando hablan con nosotros en las escuelas, y me encanta observarles cuando vuelven a sus pupitres con sus nuevas pertenencias y las miran con una sonrisa, y luego las guardan en sus mochilitas con mucho cuidado como si fuese algo muy valioso. Estos días de rastreos, aunque muy cansados, acaban sabiendo casi a descanso comparados con los días de tratamientos.

    Los días que tratamos, vamos al centro de salud de Água-Izé donde nos han cedido una sala para trabajar. La sala tiene condiciones bastante malas, hace mucho calor y solo tenemos un ventilador, no funciona la aspiración del equipo dental portátil y en ocasiones fallan el agua y la luz. Cada día al llegar tenemos toda la gente del día haciendo ya cola, y tratamos a una media de unos 50 pacientes por día. Los niños lloran endiabladamente alto cuando están en la consulta, pero no los culpo, aquello parece el gabinete del terror. Todos los días nos lleva nuestro conductor Alcides, un hombre de mediana edad, de pocas palabras pero correcto y leal. Durante los trayectos con él intentamos descubrir curiosidades de la vida sãotomense. A la hora de la comida, alternamos el pescado con arroz que nos traen al centro de salud preparado por una mujer que no conocemos, y lo compartimos con los perros y el gatito siempre hambrientos que nos acompañan todos los días esperando su momento de suerte; con el pescado con arroz de un bar cercano con vistas increíbles pero que aquí son simplemente unas vistas más.

    El trabajo en este distrito se vuelve muy duro y cansado, pero lo compensamos el fin de semana haciendo planes todos los sábados y domingos, y descansando todas las noches con aire acondicionado y Netflix. Estando en este distrito, hacemos excursiones al norte de la isla, vamos a comer Santola y el mejor pescado de Micoló, nos adentramos en el interior y en la roça de Monte café, y comenzamos a curiosear más hacia el sur, desde la playa de Santana con su ambiente más surfer (dentro de los patrones africanos), hasta São João dos Angolares, pasando por las playas de Sete ondas (nuestra preferida, con su bar surfer y Silvio, el dueño), la playa de Micondo y Ribera Afonso. Por las noches salimos a beber cervezas en Pico mocambo, un bar para blancos que tenemos al lado de casa y donde todos los portugueses se encuentran, y también probamos un poco de fiesta africana bailando en el Kaysisha.

    En esta época destaca la novedad y el descubrimiento de una cultura y estilos de vida que tanto chocan con lo que conocemos y que me provocan gran confusión al principio. Al llegar, me cuesta procesar las diferencias raciales y me siento altamente culpable porque creo que tengo unos privilegios que no tienen los demás y que no he hecho nada para merecerlos. Me siento extraña al pasar en moto por las comunidades y que los locales se nos queden mirando fijamente, como si estuviéramos haciendo algo que está mal. Los pensamientos me van a mil y voy formando en mi cabeza una idea de lo que es esta parte del mundo y cómo funciona. Lo que sé seguro es que ya empiezo a sospechar que, aunque al llegar me sentía un poco insegura y sobrecogida por lo desconocido, al poco tiempo me empiezo a enamorar de este país, de su cultura, de sus personas y paisajes, de sus árboles tan característicos, de su "leve leve".
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