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  • Day 252

    Vuelta a India, Bodhgaya - Calcuta

    March 30, 2023 in India ⋅ ☀️ 35 °C

    Nos subimos a un autobús en Kathmandú a las 18h del día 30 de marzo, que durará 20h hasta llegar de vuelta a India, concretamente a Patna. El autobús no tiene camas y para nuestro pesar tampoco tiene ningunas comodidades. A las 5 de la mañana nos despiertan para que Gui y yo (los únicos blancos del autobús) bajemos para pasar la frontera a pie. Pasamos por el puesto fronterizo de Nepal y cruzamos hacia India, con los pelos desechos, las miradas dormidas, ahuyentando los mosquitos mientras el cielo empieza a clarear y las personas paradas en la frontera con sus tuktuks nos miran con curiosidad. En el puesto fronterizo indio se toman las cosas con más calma, como siempre. Cuando todo está claro volvemos al autobús para sobrevivir toda una mañana más de viaje. El paisaje de India ya se me antoja familiar, como un pasado que se niega a ser olvidado y que hasta trae un poquito de confort, a pesar de su miserable atmósfera. Pasamos por zonas remotas donde no hay más que polvo, arrozales, chabolas y personas haciendo nada por las calles, interesándose en lo que sucede en la rutina de su alrededor como método para que vaya pasando la vida.

    Al llegar a Patna soy golpeada por la dura vuelta a la realidad india. Tenemos que caminar por una calle para ir desde donde nos ha dejado el autobús hasta la estación de tren, y el caos propio nos sumerge en un remolino de bocinas, tuktuks, escupitajos, comida picante en puestecitos demacrados, suciedad, tumores, piernas cortadas y bebés pidiendo sin ropa. Entre todo esto y sin haber comido, conseguimos comprar un billete para nuestro próximo destino, Gaya, desde donde cogeremos un tuktuk para llegar a Bodhgaya, el lugar donde Buda alcanzó la iluminación (paradójicamente, en mitad de este infierno). En el tren nos tenemos que sentar en el suelo, sobre las mochilas, mientras somos apretujados por una masa de gente, con ropas sucias y saris gastados, mientras el olor a orín del baño del vagón inunda la fragancia del lugar. Aún así nos ponemos una película española en Netflix y enseguida tenemos 10 pares de ojos curiosos mirando por encima de nuestros hombros para poder ver lo mismo que están viendo los blancos. Me pregunto qué pensarán estas personas indias del campo sobre las escenas de vida moderna que se ven en la pequeña pantalla.

    Bodhgaya es una ciudad más perdida en el interior de India, con el ligero matiz de que es uno de los 4 lugares principales de peregrinación del budismo. Como en Lumbini, también dispone de un complejo de templos representativos de diferentes países budistas, y junto al templo principal, son la única atracción turística de la ciudad. Visitamos todos los templos y nos parecen menos impresionantes que los de Lumbini, y además no dejan entrar en ninguno, lo cual nos parece razonable si pensamos en el salvajismo que puede caracterizar a veces a los indios.

    Al entrar en el templo principal, en el lugar exacto en el que Buda alcanzó la iluminación, todo el camino hasta aquí ha merecido la pena. Se trata de una torre alta, al estilo de los templos hindús, y junto a ella un gran árbol, que en teoría es un desdenciente del árbol original. El lugar irradia unas energías muy bonitas y poderosas. Está rodeado de jardines donde los monjes budistas se sientan durante horas y días a meditar frente a la torre, con sus cojines, mesitas, ventiladores, libros, malas y hasta redes mosquiteras. La gente está meditando sentada alrededor de la torre o caminando su perímetro, mientras murmuran mantras o van pasando las cuentas de sus malas en pensativos silencios, al mismo tiempo que desde unos altavoces suenan unos cánticos de mantras continuos. Los móviles están prohibidos por lo que nadie haciéndose tiktoks puede estropear la magia del lugar. Nos gustó tanto, que volvimos al día siguiente, para despedirnos de este lugar que tanto da la sensación de estar en un sitio único. Uno de los niños aprendices de monje que están por allí arrodillados alrededor de la torre le regala una hoja del árbol a Gui, y enseguida la metemos dentro de un libro con mucho cuidado para conservarla para siempre.

    Nos subimos a otro bus nocturno, el cual está bastante viejo y en el que nos meten a los dos en una cama de uno. Llegamos a Calcuta y nos quedamos sorprendidos por el ambiente de modernidad que se respira, a pesar de que siempre hay ciertas cosas que te recuerdan constantemente que estás en India, como por ejemplo la mirada perdida de una chica joven, tumbada sobre una manta, en mitad de la calle entre dos puestecitos de comida callejera, con un pecho fuera mientras un bebé se alimenta de él. Una perrita podría tener más sentimientos en la mirada que esta chica en su misma situación. Pasamos el día por Calcuta con las mochilas detrás, ya que nos han adelantado el vuelo a Bangkok y es esa misma noche, por lo que no tenemos ni tiempo de pasar por un hotel. Esa noche la dormimos a ratos entre el aeropuerto de Calcuta, el avión y el aeropuerto de Bangkok, y después de 48h de viaje sin haber pasado por una cama, llegamos a la ansiada Tailandia.

    La despedida definitiva de India fue como el resto de nuestra estancia allí, llena de sentimientos encontrados. Estaba entusiasmada por movernos hacia nuestro próximo destino y decir adiós a todo lo malo que supone India, y me sorprendí a mí misma, en mitad de la noche, en un bar de carretera olvidado, literalmente, de la mano de Dios, sintiendo la mayor pena por dejarlo todo atrás. En algún punto entre el calor, la miseria extrema, las personas que llevan vidas de perros callejeros, la enfermedad, los mosquitos y las miradas perdidas, se puede acabar encontrando la mayor humanidad que he visto en toda mi vida. Los indios pueden ser bárbaros en muchos aspectos pero hacen de un infierno su hogar de la mejor forma que pueden, y regalan bondad a su paso en situaciones en las que solo se esperaría salvajismo y crueldad. Me conmueve la forma en la que se han adaptado a vivir en una de las condiciones sociales más inhóspitas del planeta, y eso me hace querer seguir allí contra todo pronóstico. Viajar por India ha sido para mí como leer un libro de Bukowski, tirarlo al suelo con furia y asco al acabar para luego recogerlo con cuidado e irme a buscar el próximo Bukowski a la estantería, porque en el fondo el amor odio es adictivo y porque solo se puede odiar algo que ha dejado una profunda marca de amor en primer lugar.
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