• Dia 22

    6 Mayıs, Ispanya ⋅ ☀️ 9 °C

    Nuestro último día en Tailandia amaneció con una mezcla de tristeza y agradecimiento. Eva y yo sabíamos que tocaba despedirse de este país que nos había regalado tanto. Había algo que llevaba todo el viaje queriendo hacer y que, por una cosa u otra, se había ido posponiendo: un masaje tailandés. Así que, como última experiencia, decidimos probar suerte en el propio hotel, que tenía un centro de masajes justo debajo. Preguntamos si aceptaban tarjeta y si podíamos hacer el check-out un poco más tarde, ya que el masaje era a las 11 y el check-out oficial a las 12. Nos dijeron que sí a todo, así que a las 11 en punto bajamos.

    El masaje comenzó con un cuenco de agua caliente donde metimos los pies y luego nos separaron en cabinas individuales. A Eva le tocó una mujer muy simpática; en cambio, a mí me atendió otra que fue algo más seca y no tan amable. Aun así, la experiencia fue bastante buena y lo mejor fue el precio: ¡6 euros por una hora entera! A las 12 justas subimos a ducharnos, cerrar maletas y dejarlo todo listo en recepción.

    Con el tiempo justo, salimos a comprar los últimos recuerdos. Queríamos llevarnos algo para nuestras familias y amigos, así que fuimos de tienda en tienda, incluso de 7-Eleven en 7-Eleven, buscando un detalle para mi padre y mi abuelo que habíamos visto días antes pero que no lográbamos encontrar. Finalmente, tras una caminata bajo un calor agotador, lo conseguimos en un 7-Eleven cercano al MBK.

    Como era ya casi la hora de comer, nos dimos el gusto de ir a un restaurante de sushi que estaba justo al lado. No era barato, pero nos apetecía mucho y no encontramos ningún buffet cerca. Terminamos de comprar regalos para el hermano de Eva, Nerea, mi hermano y mi padre, y con todo en la mochila, volvimos al hotel sobre las 16:30 para pedir un Bolt hacia el aeropuerto.

    Nos tocó un conductor tailandés muy amable que hablaba inglés. Durante toda la hora de trayecto fuimos hablando con él, haciendo un resumen del viaje, riéndonos y recordando los mejores momentos. Fue una forma preciosa de cerrar la experiencia. En el aeropuerto todo fue rodado: hicimos el check-in sin problemas y embarcamos.
    PD: no le preguntes a un tailandés que haría con un Indio.

    El vuelo de vuelta eran dos tramos. El primero fue de unas 6 horas y media hasta Doha, donde hicimos una escala corta de una hora y media. Ya algo más cansados, tomamos el segundo vuelo de 8 horas. Se hizo más largo, pero aprovechamos para ver pelis como Cónclave y Gran Turismo.

    Aterrizamos en España sobre las 7:45. Tuvimos suerte de haber cambiado el autobús para las 9:45, porque aunque habíamos calculado bien, entre recoger la maleta facturada y pasar por todo el proceso, llegamos justo a tiempo. El trayecto hasta Murcia duró seis largas horas. El bus fue eterno y encima íbamos sin nada de comer. Por suerte, paramos en Albacete y pudimos comprar unos sándwiches que nos salvaron. Al llegar, nuestros padres ya nos esperaban con los brazos abiertos.

    Eva la pobre se fue directa a sus clases de baile e inglés. Yo, en cambio, me fui con mis padres a celebrar la vuelta como se debe: con una comida bien murciana. Marinera, Coca-Cola, almendras, salchicha y una sobremesa llena de historias del viaje.

    Y así, con el cuerpo algo cansado pero el corazón lleno, cerramos este viaje inolvidable por Tailandia. Ha sido, sin duda, una de las mejores experiencias de mi vida. No solo por los paisajes, la comida, la cultura o la aventura, sino por cómo lo hemos vivido, por lo bien que lo hemos pasado y, sobre todo, por la suerte inmensa que hemos tenido.

    Porque cuando uno mira atrás, se da cuenta de que todo ha salido bien. No tuvimos ni un solo problema importante, no falló ningún transporte, ningún hotel, ningún plan. Pudimos disfrutar de cada momento con calma, con ilusión y con esa sensación constante de estar protegidos. Siento, de verdad, que hay algo arriba en el cielo que nos ha estado cuidando en cada paso del camino. No sé si llamarlo destino, suerte o algo más, pero sí sé que no hemos estado solos.

    Quiero dedicar una mención especial a mi abuela. Ella, que siempre ha estado presente de una forma u otra, me ha transmitido desde pequeño la admiración por la cultura oriental, por estos países tan diferentes y tan ricos en historia y alma. En cada templo, en cada sonrisa tailandesa, en cada rincón lleno de paz, he sentido que ella estaba conmigo, empujándome a disfrutarlo, a valorarlo, a vivirlo de verdad.

    Este viaje ha sido un regalo. Un regalo compartido con Eva, con quien todo ha sido aún más especial. Y mientras vuelvo a casa, solo puedo dar gracias. Por cada amanecer que nos sorprendió, por cada comida deliciosa, por cada conversación, cada masaje, cada paseo. Pero, sobre todo, gracias por habernos sentido cuidados, guiados y acompañados desde el primer día hasta el último.

    Tailandia nos ha marcado. Y sé que parte de mí se ha quedado allí y parte de ella me la traigo dentro para siempre.
    Okumaya devam et