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  • Day 9

    Llegada a Venecia

    August 16, 2023 in Italy ⋅ ☀️ 31 °C

    Salimos de Florencia temprano camino de Venecia, el penúltimo gran destino de nuestro viaje.
    Remontándonos en el tiempo a años atrás, Ana nos hablaba de Venecia, sus calles de agua, sus desplazamientos por la ciudad en barco, de lo caro que es el café en la plaza de San Marcos...
    Así que fuimos al nuevo destino con la duda de si podría acercarse, aunque fuera de lejos, a Florencia.
    Tras aparcar en un parking curioso, en el que no te cobraban si viajabas en sus barcos, y coger un susodicho, nos acercamos a la ciudad.
    Habíamos intentado entrar en el área de autocaravanas pero estaba llena. Aún así, una familia española que salía nos regaló los pases que les sobraron y los billetes de tranvía. Nos acabamos de ahorrar un buen dinero.
    Ya de camino, lo primero que llama la atención es la cantidad de pilotes de madera, de más de un metro de diámetro, que marcan el camino que deben seguir los barcos en el mar.
    Desembarcamos a las afueras de la ciudad y comenzamos a intentar llegar a la plaza de San Marcos. La ciudad es un auténtico laberinto, con calles con giros extraños, algunas que terminan en uno de los canales, las anchas abarrotadas de gente, las estrechas que no sabes dónde llevan.
    Pronto descubrimos que en lo alto había señales que indicaban los sitios principales de la ciudad.
    De pronto una señora nos gritó, en una calle repleta de gente, en puro italiano y haciendo aspavientos con los brazos
    -"¡El caniiii! ¡El acua es gratis! ¡Da de beber al cani en ostreria! ¡Pobrecini, que beba, que beba!"
    Cualquiera le llevaba la contraria. Me recordaba las películas de Sofia Loren, en las que por una paja en el hombro volaban los tortazos. Así que Ana entró en la ostreria y pidió agua para la perra.
    Llegamos a plaza de San Marcos, tras haber mascado la tragedia cuando nos aproximábamos. Cada giro de calle que no acercaba, la marea humana crecía. En la plaza, abriéndonos paso entre el gentío, dimos un paseo e hizimos el millón de fotos correspondiente (si la polizia no te veía con el móvil en alto y el pulgar agitándose podría pensar que eres terrorista, o peor aún para los italianos... ¡Ateo!)
    Pasamos al punto de información a realizar las preguntas imprescindibles para conocer la ciudad: donde hay fuentes para rellenar las botellas, y dónde están situados los servicios públicos para los apretones (se nota la experiencia adquirida en Florencia, y la falta de cintura de la guía, que no sabía dónde había fuentes y nos ofreció el servicio del punto de información)
    Posteriormente descubrimos que el que realizó el mapa de la ciudad que compramos es padre o abuelo, y había marcado los servicios públicos en el mismo.
    Pasamos por delante del puente de los suspiros. Cuenta la leyenda que esté puente cruzaba de la corte de justicia a la cárcel, y que por lo tanto era la última vez que los reos juzgados veían la luz del Sol, por lo que suspiraba de pena y desamparo.
    Montamos en el vaporeto para seguir conociendo la ciudad. Es como un autobús de la mt en la plaza Tirso de Molina en domingo de rastro a las dos de la tarde. Pero este va por el canal, que viene a ser como la Gran Vía madrileña, pero por agua.
    Si alguna vez drenan el canal seguro que encuentran a más de un gondolero, algún taxista en barco, más de un niñato luciendo barca de papá y mucho giri que solo quería mojarse un pie, porque la m-30 es un circuito de juguete comparado con el tráfico de este canal.
    Llegamos al puente de Rialto, famoso en el mundo entero gracias a Spiderman, y nos hicimos las fotos correspondientes. Más paseos por callejuelas y puentes hasta que llegamos a otro de los escenario de Spiderman y nos sentamos a beber algo.
    Poco a poco nos fuimos acercando a la estación del tranvía y para salir de la ciudad
    Tras llegar a la autocaravana (el último kilómetro, que se hace andando, Ana y Oliver decidieron hacerlo corriendo)
    Volvimos a preguntar si había espacio en el área de autocaravanas, y el encargado de la noche, que había vivido en Granada, nos hizo un hueco.
    Ya solo quedaba cenar, sobrevivir a la horda de mosquitos que buscaba beneficiarse gratuitamente de nuestra sangre para su interés personal reproductivo (más de un montón lo consiguieron) y dormir para la segunda parte de Venecia.
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