• Uff! No me sale ni un nombre

    13 augusti, Tyskland ⋅ 🌙 22 °C

    Son las diez de la noche cuando empiezo a escribir la crónica de hoy y sigo sin saber cómo contar lo vivido. Me creía preparado para todo. Al fin y al cabo la televisión y el cine nos inmunizan contándonos los mayores horrores con toda clase de detalles. Pero ha sido entrar por la puerta del campo de concentración de Dachau, ver el patio donde vivían, formaban, se contaban y morían los treinta mil presos que allí tenían y sentir una oleada de sensaciones que aun no he logrado despejar. ¿Miedo, rabia, dolor, abando? ¿Cual podría ser la sensación que lo impregnará todo? Para mí un coctel de todas ellas que formaban una idea de perdida absoluta de humanidad, o lo que es lo mismo, la perdida del control absoluto de tu vida y de los acontecimientos que alrededor de ella se desarrollan. Dejas de ser dueño hasta de tus pensamientos. Sobrevives a base de intentar agradar a unos seres crueles cuyo único interés es tu muerte y deshumanización.
    Habíamos pensado ver el campo mañana, pero una reorganización de ultima hora hizo que lo adelantáramos.
    Teníamos claro que era un sitio especial, donde el respeto tenía que ser máximo. Nos preocupaba, además, hasta donde la visita era positiva para Oliver y donde estaba el límite de lo que el podía ver.
    Nos acercamos pensando en una visita interesante y un martillo pilón del tamaño de un autobús nos golpeó nada más entrar. Fueron seres humanos los que hicieron eso, los carceleros, los que disparaban desde las torretas, los que decidían quien iba a la cámara de gas, los que elegían a los sujetos para experimentos médicos, los que mandaban construir cámaras de gas y crematorios, los que les gaseaban y les quemaban.
    Uno de mis mayores dudas durante años es como unas personas normales, como nosotros, pudieron idear, apoyar y desarrollar tanto horror. ¿Seremos capaces de insensibilizarnos tanto como para normalizarlo?
    Me temo que ya lo hacemos a diario.
    Hoy no hay fotos de grupo, ni selfies, ni fotos posando frente a monumentos. Es como si de forma instintiva nos neguemos a formar parte de este horror.
    Cuando te metes en el traje de los protagonistas esto es lo que podría ocurrir:
    Entras en el campo, acompañado por otro montón de presos y rodeado por guardias que te imponen su fuerza y poder. Ves la explanada que posiblemente será tu última casa. Pasas a las celdas de interrogatorio, de tortura más bien, donde estarás hasta que ellos quieran que salgas.
    Vas a los barracones donde malvives hacinado, entre enfermedades, hambre y maltrato. Trabajas a destajo, por encima de lo humanamente posible, pero no te quejas porque eso significa la muerte. Sorteas a los guardias, a los médicos que experimentan con prisioneros, a los soldados que disfrutan disparándote.
    Sobrepasas las enfermedades y el hambre. Pero al final lo más probable es que acabes en la cámara de gas y en el crematorio.
    Salimos a las tres de la tarde sin ser capaces de comer. Decidimos viajar a Munich para hacer algo de tiempo y asentar el cuerpo. Aparcamos en la base del Alianz Arena, campo de fútbol del Bayer de Munich. Oliver volvió a ser absolutamente feliz y se hizo un montón de fotos y selfies. Tras comer dimos un paseo alrededor del campo y después por una zona de senderismo cercana. Tocó ducha y cena y aguantar a dos familias españolas con monstruos que se dedicaron a jugar al fútbol a apenas dos metros de nosotros.
    Aún, a las once y media, se oye a españolitos tocando la flauta. Esperamos mañana volver a ser los únicos de habla hispana en la zona de dormir
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