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  • Day 130

    Principe

    November 28, 2022 in São Tomé and Príncipe

    Nuestra última etapa del voluntariado la pasamos en la isla de Principe, no sin antes ultrapasar unos cuantos obstáculos. El día que estaba planificado nuestro vuelo, este se cancela debido a que, por alguna razón, no hay vuelos desde Principe desde hace semanas. Nunca puedes fiarte al 100% de nada en África. Nosotros estábamos aún en Cauê, por lo que decidimos quedarnos unos días más allí para seguir ayudando a la población que tanto nos necesita, sin embargo, cuando pasa el fin de semana, nuestra coordinadora nos informa de que ha conseguido meternos en un avión privado para el martes, por lo que al día siguiente, lunes, volveríamos a la capital. Cuando llega el lunes y estamos preparándonos para irnos, nos informan de que han adelantado el vuelo y que sale dentro de 1 hora. Nuestro conductor aún ni siquiera había llegado, y estábamos a 1 hora de distancia del aeropuerto, sin contar que había que pasar por la casa de la capital para coger material dental. Nos metemos en la furgoneta e intentamos reorganizarnos las maletas entre las curvas mientras el conductor conduce todo lo rápido que el estado de la carretera le permite. Pasamos por nuestras playas favoritas, por el centro de salud de Água-Izé donde tanto luchamos en nuestro primer mes, pasamos por el bar de 7 ondas...y sé que va a ser la última vez que me encuentre en esos lugares. Entre la nostalgia y el esfuerzo acabo tan mareada que me dejo la maleta a medias y saco la cabeza por la ventana por si vomito.
    Al final perdimos el avión.
    Pasamos una semana en la capital sin saber cuando podremos volar a Principe, y sin poder trabajar, a excepción de los tratamientos que le hicimos a nuestro amigo de Angolares, Edipo, al que nos encontramos por casualidad delante de nuestra casa después de haber roto nuestra promesa de que le acabaríamos los tratamientos al habernos ido corriendo a causa del avión. Poder tratar a Edipo después de todo consigue llenarme el corazón de gratificación. Durante esa semana, acogimos un perrito bebé en casa, asistimos al cine para ver un documental literario (en el que casi me olvidé de que nos encontrábamos en África debido a estar rodeados de portugueses y al carácter cultural del evento, hasta que salimos y los niños estaban esperándonos para pedir), y vivimos un intento de golpe de estado en la ciudad, que fue suprimido rápidamente sin muchos miramientos.
    Cuando por fin conseguimos subirnos a la avioneta que nos llevaría a Principe, me quedo maravillada con las vistas de la isla desde el aire. Parece un pedazo de paraíso en la Tierra. No se ve ninguna huella del ser humano, solo se observa selva exuberante y playas divinales. No he visto nada parecido en la vida, y sospecho que deben de quedar pocos pedazos de tierra más vírgenes que Principe. Parece una visión sacada de Jurassic Park. Aterrizamos entre la selva y conocemos a João, el enfermero del grupo de hoteles HBD que será nuestro contacto aquí. Tenemos una casa entera para nosotros solos, solo compartida con los bichos que ya han tomado la vivienda como suya. Nunca olvidaré cómo grité hasta que los vecinos aparecieron con una catana la noche que vi cómo una cucaracha se metía entre la colcha al pie de la cama.
    Las semanas en Principe las pasamos entre trabajando en uno de los hoteles de HBD para sus trabajadores y los habitantes de la roça, y trabajando en el hospital, donde atendemos a todos los que van apareciendo. Las condiciones en el hospital son bastante malas, pero al menos tenemos a la Dra. Mariana (la única dentista de la isla ya con más de 70 años) ayudándonos a mantener la cola en orden. Trabajamos sin descanso, 12 horas diarias, dentro de la sala minúscula sin aire acondicionado. Hemos estado en saunas donde hacía más frio. En Principe no tenemos que hacer rastreos, pero al menos los días que trabajamos en el HBD, con buenas condiciones y una agenda ordenada, son los días que saben a "descanso".
    Tenemos bastante vida social gracias a los trabajadores portugueses del hotel, que nos invitan a ir con ellos a excursiones a las playas más bonitas, a ver los partidos de Portugal en el mundial, o simplemente a tomar unas cervezas con ellos. También conocemos a una pareja de portugueses de veterinarios sin fronteras que están de voluntariado como nosotros. La verdad es que la vida en Principe tiene un doble filo, los paisajes son simplemente de los más bonitos que veremos en nuestra vida, pero, con sus apenas 8.000 habitantes, es fácil sentir algo extraño que se podría calificar como claustrofobia social.
    Pasamos 3 semanas agotadoras, en las que durante la semana vivimos entre sudor y sangre y gritos de niños y pasamos las noches bebiendo vino y viendo Netflix en el sofá de la casa, demasiado cansados hasta para cenar. Cuando llega el fin de semanas sentimos la urgencia de ver todo lo posible, y aprovechamos los días al máximo, conscientes de que pronto acabará todo y tendremos muchas saudades. En nuestro penúltimo día de trabajo, llegué a mi límite físico y mental y no me sentía capaz de trabajar ni un segundo más. Sin embargo, guardo en mi memoria recuerdos muy especiales de Principe, debido a la esencia que transmite de ser un lugar único en el mundo, tan aislado del resto de vida terrestre, tan ajeno a las infelicidades del mundo occidental.
    Cuando volvemos a São Tomé, aún pasamos un último sábado de fiesta africana con nuestras amigas portuguesas y realizamos las últimas compras.
    Al aterrizar en Lisboa me cuestra procesar que lo hemos dejado todo atrás, la confusión de llegar a las 6 de la mañana y aterrizar en el frío invernal me hacen avanzar por los pasillos y escaleras del aeropuerto que tan bien me conozco como si fuera sonámbula. Mi mirada se centra en las caras que reconozco de São Tomé, reparo en que un chico salió con nosotros en la avioneta de Principe dos días atrás, parece que compartamos un secreto que hasta nosotros mismos ignoramos. Alex y Mónica están esperándonos con el coche para llevarnos a su casa. Recorremos Lisboa de noche, cruzamos el 25 de Abril, llegamos a su cama de invitados, me enfundo en el pijama más calentito que puedo conseguir, y nos dormimos abrazados, en parte para combatir el frío, en parte para no dejar escapar todas las aventuras y recuerdos que solo nosotros dos conocemos.
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